Se levantó con una idea fija: necesitaba un bolso. No un bolso cualquiera, claro, debía reunir unas ciertas condiciones. Primero debía ser lo suficientemente grande para poder meter no sólo el monedero y los cachivaches de siempre, sino algunos libros y cuadernos de notas. Tampoco debía ser muy aparatoso, pues otra de las condiciones indispensables es que tuviese una correa para poder llevarlo colgado trasversalmente. De esta manera quedaría con las manos libres para llevar la maleta y poner manejar pasaporte y cartas de embarque.
La moda de aquel año apostó por los bolsos de asas cortas, por lo que el surtido de material con bandolera era más bien escaso. También debía cumplir otra norma para ser considerado aceptable: debía ser barato, con lo cual disminuía las posibilidades de encontrar lo que ella buscaba. Porque sí, lo buscaba. Sabía que existía, que algún diseñador en alguna parte había pensado en todas esas utilidades y sólo era cuestión de tiempo que diera con él.
Fue mirando cada uno de los modelos que ofrecían las diferentes tiendas que visitó. Siempre parecía faltar una de las cualidades por ella requerida. Después de varias horas, estaba ya por desistir. Sólo quedaba una última tienda. Entró y empezó a mirar los modelos. No, no, no, este no, este tampoco... hasta que una dependienta amabilísima la ayudó en su búsqueda. En cuanto ella le contó lo que quería, la dependienta fue sacando modelos que se ajustaban bastante a lo que ella buscaba. Al fin sacó uno que parecía responder a todas las expectativas. Sí, sin duda era él. Grande pero no enorme, cremalleras, asas de mano y asa bandolera, negro discreto y barato. Ni que decir, que salió a la calle llevando una bolsa que contenía la compra.
Al llegar a casa, lo sacó de la bolsa de la tienda y se dio cuenta de lo feo que era. Que los bordados lejos de dar un toque gracioso eran el paradigma de la horterez, que la textura de imitación de piel brillaba demasiado, que su aspecto denotaba claramente que su portadora caería por completo de glamour y tampoco podía pasar por una pieza informal, que hubiese sido una idea soportable.
¿Y ahora qué? ¿Cómo era posible que acabase de comprar "aquello"? El agotamiento debía tener la culpa, no podía ser otra cosa. En ese momento, también recordó que se había casado muy mayor.
Imagen: elsgarcía